Este artículo forma parte de una investigación más amplia titulada Danza y Yoga, que busca indagar los vínculos existentes entre estas dos disciplinas. La inquietud surgió porque, en la actualidad, bailarines, docentes y coreógrafos incluyen al yoga como parte de su entrenamiento, y algunas escuelas profesionales de danza lo integran como materia obligatoria o complementaria en la currícula para la formación de bailarines. Los avances que muestro se enfocan en dar a conocer aspectos relacionados con la enseñanza del yoga, los dividí en: 1) qué es yoga; 2) compromisos del gurú (maestro) y del śiṣya (estudiante); 3) un gurú del siglo XX: B.K.S. Iyengar; 4) el aula en la práctica del yoga; y 5) los apoyos o props. Para elaborarlo recurrí a dos tipos de fuentes: documentales y testimoniales. Dentro de las documentales, revisé libros clásicos del yoga, textos de autores expertos en yoga postural y en estudios sobre Asia. Como fuentes testimoniales, realicé doce entrevistas, de las cuales retomé comentarios de tres, destacando la realizada a Raya Uma Datta, maestro de yoga de la India.
Palabras clave: educación artística, danza, yoga, historia de la educación.
Este artigo faz parte de uma pesquisa mais ampla intitulada Dança e Ioga, que busca indagar os vínculos entre essas duas disciplinas. O interesse surgiu porque, atualmente, bailarinos, professores e coreógrafos incluem a ioga como parte de sua formação, e algumas escolas profissionais de dança a integram como disciplina obrigatória ou complementar no currículo para a formação de bailarinos. Os avanços que mostro focam em dar a conhecer aspectos relacionados ao ensino da ioga, dividi-os em: 1) o que é ioga; 2) compromissos do guru (professor) e do śiṣya (aluno); 3) um guru do século XX: B.K.S. Iyengar; 4) a sala de aula na prática de ioga; e 5) os apoios ou props. Para elaborá-lo, utilizei dois tipos de fontes: documental e testemunhal. Dentro dos documentais, revisei livros clássicos de ioga, textos de autores especialistas em ioga postural e estudos asiáticos. Como fontes testemunhais, realizei doze entrevistas, das quais retirei comentários de três, destacando-se a feita com Raya Uma Datta, professor de ioga da Índia.
Palavras chave: educação artística, dança, ioga, história da educação.
This article is part of a broader research entitled Dance and Yoga, which investigates the links between these two disciplines. The concern arose because dancers, teachers, and choreographers currently include yoga as part of their training, and some professional dance schools integrate it as a compulsory or complementary subject in the curriculum for the dancers' training. The advances I present focus on aspects related to the teaching of yoga, I divided them into: 1) what is yoga; 2) the commitments of the guru (teacher) and the śiṣya (student); 3) a guru of the twentieth century: B.K.S. Iyengar; 4) the classroom in the practice of yoga; and 5) the aids or props. To elaborate on it, I relied on two types of sources: documentary and testimonial. Among the documentary sources, I reviewed classic yoga books, and texts by authors who are experts in postural yoga and Asian studies. As testimonial sources, I carried out twelve interviews, of which I took up comments from three, highlighting the one with Raya Uma Datta, a yoga teacher from India.
Keywords: art education, dance, yoga, History of education.
La perspectiva de estudio para esta investigación es la histórica, a fin de identificar algunas de las transformaciones que ha vivido el yoga a través del tiempo hasta llegar a popularizarse en Occidente. La pregunta que se abre para este artículo es ¿cuáles han sido los cambios que a través de los años han experimentado la noción de yoga, el papel del gurú o maestro, el espacio o aula y los accesorios para su enseñanza? Para elaborar este artículo e intentar dar respuesta a la pregunta antes planteada recurrí a dos tipos de fuentes: las documentales, mediante las cuales me he acercado a libros clásicos del yoga, a textos de autores expertos en yoga postural y a documentos escritos por especialistas en estudios sobre Asia; para las fuentes testimoniales contemplé doce entrevistas a tres grupos diferentes de personas, a bailarines profesionales que se han dedicado por completo al yoga, otro grupo que son maestros que combinan ambas disciplina y por último a profesionales que encontraron en el yoga su vocación; en este artículo retomé tres entrevistas, entre ellas la realizada a Raya Uma Datta, maestro de yoga originario de la India. Cabe mencionar que otro motivo que me impulsó a realizar este trabajo es porque soy practicante de yoga desde 1989 y de manera sistemática desde el 2009, logrando la certificación como docente del método Iyengar en el primer nivel en 2015 y en el segundo en 2017.
Tratar de definir el término yoga es un reto porque su concepción varía dependiendo de la escuela, libro o mirada desde la que se estudie. Si nos enfocamos en su raíz sánscrita yuj encontramos que significa “unir”, por lo que podría deducirse que yoga es unión de mente, cuerpo y espíritu, concepción que quizá en México es la más popular; pero si nos remontamos a los inicios de la era cristiana encontramos que el yoga es uno de los seis sistemas clásicos de filosofía de la India que suelen clasificarse de la siguiente manera: 1) metafísico o Vedānta; 2) cosmológico o Sāṃkhya; 3) ritualístico o Mīmāṃsā; 4) lógico o Nyāya; 5) naturalista o Vaiśeṣika; 6) de la reintegración o Yoga; todos ellos considerados darsānas porque tratan de estudiar y dar respuesta a los eternos problemas que el hombre se ha planteado desde siempre (Tola et al., 2005: 152); la palabra darsāna según su raíz dṛś significa “ver”, por ello darsāna puede traducirse como una visión de la realidad en que vivimos, un punto de vista sobre la misma, una cosmovisión.
La acepción de yoga que da Marqués-Riviére está ligada a esta última porque la define como “la base indiscutible de todo desarrollo espiritual de toda forma religiosa en Asia" (1962, citado por González del Solar, 1976: 2, 3). Para Mircea Eliade, gran estudioso del tema, el yoga “sirve en general para designar toda técnica de ascesis y cualquier método de meditación” (1991: 18), en el entendido de que si un asceta es una persona que se dedica a la meditación religiosa y a la oración, ascesis puede concebirse como el conjunto de prácticas de meditación y fisiológicas que sigue el estudioso para encontrar la perfección espiritual. Yoga también puede definirse como conocer a la divinidad, como un método de conocimiento, una gnosis.
La palabra yoga ha existido desde antes de la era cristiana pero su aparición como filosofía y como un método sistemático tiene lugar hasta el surgimiento del libro Yoga sūtra de Patañjali quien la define como “la supresión o control de todas las fluctuaciones de la sustancia mental” (Herrera, 1971: I.2); este libro se considera clásico porque
Dos elementos que identifican al yoga clásico de Patañjali son: 1) que para aprehender yoga es necesario un conocimiento experimental o práctico que demanda constancia y sacrificios y 2) su estructura iniciática, es decir, que para la transmisión de esta disciplina se requiere de un gurú o maestro.
La noción de yoga en la India también se ha ido transformando, hay autores que argumentan que “los escritos posteriores al Yoga-sūtra ofrecen una decadencia de la que había estado sufriendo la cultura india desde hacía algunos siglos” (Fernando Tola, 1978, citado por Adrián Muñoz, 2016b: 471), cambios que se acentuaron con su occidentalización y con la aceptación del yoga postural que empezó a difundirse mediante cursos, talleres y demostraciones impregnadas de ideas del New Age (Nueva Era), movimiento espiritual, cultural, artístico y político que surgió en la época de la posguerra en Estados Unidos e Inglaterra en desacuerdo con el materialismo y el consumismo occidentales, y que fue acogido en sus inicios entre actores de clases medias altas, con acceso al arte, la ciencia y la cultura cosmopolita (De la Torre et al., 2016: 10). Este movimiento se inspiró en tradiciones espirituales y filosóficas como el budismo, el taoísmo, el hinduismo, la teosofía, la psicología humanista y se expresó en prácticas como la meditación, el yoga, el Reiki, la astrología, la astronomía, el crecimiento personal, la autoayuda, etcétera, “rechazando todo aquello que tenía que ver con la autoridad y las instituciones” (Carozzi, 1999: 20). A partir del New Age se formaron grupos y organizaciones, y se dieron a conocer maestros como Swami Vivekananda1 y Swami Sivananda2 quienes transmitieron sus conocimientos y fueron inspiración de otros practicantes de yoga que a su vez comenzaron a dar clases.
Lo cierto es que, como señala Adrián Muñoz en su libro Radiografía del Hatha Yoga, el yoga “puro” nunca ha existido, como toda producción social siempre ha sido sincrética, el que hoy se conoce y se practica en el mundo moderno se deriva de una tradición que fue ella misma una derivación, por lo que más valdría hablar de una cultura de yoga y no de una tradición. Dado que una cultura permite entender o agrupar diversas prácticas y soteriologías que comparten cosas, pero cuyos programas, agendas y motivaciones pueden discrepar enormemente, por lo tanto, no sólo existen y han existido múltiples sistemas de yogas, sino que también se han desarrollado varias versiones del mismo hatha.
Quizá por ello Theodora Wildcroft actualmente piensa el yoga como “una práctica de movimiento y quietud auto-consciente y ritualizada que se centra en una experiencia sensorial o somática, establecida dentro de unas subculturas que están vinculadas a diversas creencias y a complejas relaciones con las religiones y culturas del subcontinente indio” (citada por Muñoz, 2023: 254).
Cuando se dice que el yoga posee una estructura iniciática significa que desde tiempos inmemoriales la enseñanza del yoga se ha transmitido a través de un maestro al que se le conoce con el nombre de gurú, quien es el encargado de compartir los conocimientos de la misma manera como se enseña la mayoría de los oficios, codo a codo entre maestro y discípulo; en el yoga “clásico” el carácter iniciático es más evidente porque cuando el estudiante (śiṣya) comienza su práctica se introduce en el camino de la espiritualidad (Eliade, 1991: 18) y lo primero que hace es abandonar el mundo profano, se separa de la familia y de la sociedad; este paso no lo hace en solitario, sino bajo la guía de un maestro quien lo introduce a un mundo transcendental sagrado, “conectado con los sabios remotos por una cadena de iniciaciones. El gurú conecta al practicante con los más grandes yoguis de todos los tiempos, por eso lo ‘inicia’ en una nueva vida” (González del Solar, 1976: 21).
La palabra sánscrita guru deriva de dos raíces: “gu” que significa oscuridad, y “ru” disipar. El gurú por lo tanto es el que disipa la oscuridad del camino que deberá recorrer el śiṣya; y en el trayecto ambos establecen un vínculo muy fuerte ligado al conocimiento espiritual.
La presencia del gurú en el yoga clásico es imprescindible, su tarea es trascendental porque, por un lado, le muestra al alumno con seguridad todas las técnicas que forman parte de esta disciplina y aquellas que pueden resultar peligrosas si son practicadas sin guía, y dosifica los contenidos de acuerdo con las capacidades del śiṣya; asimismo le enseña al practicante a “dirigir hacia el interior sus sentidos e inteligencia a fin de que aprenda a explorarse a sí mismo y a acceder a la fuente de su propio ser (Ātmā). El gurú es el puente entre el individuo (jivātmā) y Dios (Paramātmā)” (Iyengar, 2011: 66).
Un gurú debe de inspirar “confianza, devoción, disciplina, conocimiento profundo e iluminación a través del amor, y con fe en su alumno se esfuerza en procurar que aquél asimile la enseñanza y le anima a hacer preguntas y a conocer la verdad mediante el análisis” (Iyengar, 2009: 32-33). Un gurú no es cualquier maestro es aquel que conoce
La relación entre maestro y discípulo debe de ser totalmente desinteresada, el gurú no espera fama ni ninguna recompensa al transmitir sus conocimientos, lo único que le mueve es que el estudiante aprenda sus enseñanzas; el gurú es considerado un maestro o guía espiritual que enseña un modo de vida. Sin la gracia de un verdadero maestro, es difícil sentir indiferencia hacia los objetos materiales y obtener la percepción de la Verdad y el Estado Original (Svātmārāma, 1972: IV, 9).
En la actualidad hay una gran distancia entre un gurú y un instructor de yoga, si bien a este último en algunos métodos se le exige una formación de varios años seria y sólida que incluye el estudio de las técnicas corporales y meditativas que va a enseñar, la lectura de algunos textos filosóficos como el Yoga sūtra, la comprensión del cuerpo humano, ética profesional y una gran responsabilidad a fin de graduar los contenidos y garantizar la integridad física de los estudiantes, su trabajo y desempeño nunca se podrá comparar con las exigencias que se le demandan a un gurú tradicional. En México, actualmente, ser maestro de yoga es una profesión que no implica vivir retirado de la sociedad, ni impide formar una familia, y mediante la cual se puede generar ingresos.
A partir del siglo XX, el yoga se ha popularizado, y aunque en la India aún existe el gurú tradicional, también hay maestros que han dejado un legado en occidente y han formado un linaje. Uno de ellos es B.K.S. Iyengar, maestro indio cuyas enseñanzas se han difundido por todo el mundo. Este maestro heredó una escuela o estilo conocido cono Yoga Iyengar. Se casó, tuvo hijos, vivió de dar clases de yoga y nunca estuvo recluido en un monasterio. No obstante, se le considera un gurú del siglo XX porque dedicó su vida a llevar esta disciplina con compromiso y dedicación por todo el mundo. Como él mismo señala, fue un hombre que respondió a la llamada del destino, entregándose por completo al yoga. Al respecto cuenta:
B.K.S. Iyengar nació el 14 de diciembre de 1918 en un pueblo llamado Bellur, situado en el distrito de Kolar en el estado de Karnataka, India, un sábado por la noche; se temía que no sobreviviera porque su madre en ese momento sufría de gripa, resultado de la epidemia mundial. Nació muy delgado y enfermo, su salud empeoró porque durante su infancia padeció varias enfermedades: malaria, fiebre tifoidea y tuberculosis pulmonar.
En 1934 conoció el yoga gracias a su cuñado Śri T. Krishnamacharya, quien era esposo de su hermana y había estudiado diversos darsānas. Él fue quien lo impulsó a quedarse en Mysore a practicar yoga para mejorar su salud. Esa experiencia fue determinante porque, aunque no podía hacer las posturas con facilidad, desde ese momento consideró a Śri T. Krishnamacharya como su gurú.
El maestro Iyengar trabajó con su gurú durante dos años en los que realizó un trabajo físico extenuante, ya que no sólo iba y regresaba diariamente caminando al colegio, sino que cumplía con los deberes de la casa y practicaba yoga de manera férrea y disciplinada por largas horas; al poco tiempo Krishnamacharya le pidió que diera clases en el yogaśala que él dirigía y así empezó su camino como docente. En 1936, algunas jóvenes querían aprender yoga y B.K.S. Iyengar y otros estudiantes fueron los elegidos para dar conferencias, clases y demostraciones. A Iyengar le asignaron el grupo de mujeres, donde fue aceptado, y a partir de ese momento narra: “se plantó en mí, la semilla de enseñar yoga, que ha crecido convirtiéndose en un árbol gigantesco que extiende sus ramas por los seis continentes del mundo, para que el yoga crezca y se mantenga con buena salud durante siglos” (Iyengar, 2000: 22).
Los motivos que inicialmente lo impulsaron a transmitir sus conocimientos fueron mejorar su salud, ganar dinero y ser independiente a corta edad, pero con el tiempo esa disciplina se convirtió en su vida. En una ocasión su gurú lo envío a dar clases a Deccan Gymkhana Club de Pune por seis meses, porque sabía algo de inglés, y así fue como trabajó en varios colegios universitarios, escuelas y centros de educación física en los que, al principio, sufrió humillaciones porque todavía era muy joven y delgado, no hablaba bien el idioma inglés y por su escasa experiencia práctica. En lugar de emprender la retirada, su espíritu se sobrepuso y reforzó su práctica; así fue como conquistó a las autoridades universitarias, quienes reconocieron su esfuerzo y le prorrogaron su estancia durante tres años más.
En esos años B.K.S. Iyengar mejoró su salud y, aunque tuvo que batallar para encontrar el equilibrio mental y físico, cuenta que tuvo una epifanía: “Vi al Señor Venkaṭeśwara (llamado Bālāji). El Señor me dijo que no tenía otra vocación más que practicar y enseñar yoga. El Señor me bendijo con una mano y con la otra me dio unos cuantos granos de arroz. La benevolente divinidad me comunicó que a partir de aquel momento no debería preocuparme más acerca de mi sustento físico. Este sueño me infundió esperanza para continuar mis prácticas” (Iyengar, 2000: 25).
A partir de ese sueño, “mi estrella ha seguido un curso ascendente y la gracia de Dios continúa bendiciéndome” (Iyengar, 2000: 25). No obstante tuvo varios altibajos, en 1958 se sentía pesado, mareado y rígido, y tuvo que fortificar su práctica durante tres años consecutivos para recuperar el equilibrio. En 1979, cuando cumplió sesenta años, sufrió dos accidentes de moto que lo hicieron perder habilidades y fue necesario que retomara nuevamente la práctica como principiante. Él sentía que nunca era suficiente:
B.K.S. Iyengar es el autor de varios libros que han dado la vuelta al mundo y, junto con su hija Geeta, es el creador de los apoyos o props y mensajero del yoga, haciéndolo accesible para toda la gente y popularizándolo (Iyengar, 2000: 26). Estableció dos centros para la práctica del yoga, el primero en Pune Maharashtra, India, el 19 de enero de 1975, el cual lleva el nombre de su esposa Ramāmaṇi (Ramāmaṇi Iyengar Memorial Yoga Institute). Por muchos años este centro estuvo dirigido por B.K.S. Iyengar y sus hijos Geeta y Prashant; desde que se inauguró ha sido el sitio al que han acudido miles de estudiantes de todo el mundo para aprender el método Iyengar. El segundo está en Bellur, India, es un centro que además de tener un salón enorme de yoga, que cuenta con todos los accesorios para hacer esta práctica, fue creado por B.K.S. Iyengar con la intención de ayudar a su pueblo natal, es por eso que en el mismo predio construyó camarotes y baños para los practicantes, un comedor muy grande, así como un hospital, una escuela para niños y jóvenes, y viviendas para las personas que trabajan en esos sitios.
B.K.S. Iyengar murió en Pune, India, el 20 de agosto de 2014 a los 96 años de edad, cumpliendo su único deseo: “Postrarme ante Dios ofreciéndole mi último suspiro en una postura yóguica” (Iyengar, 2000: 27).
El espacio o aula donde se transmite la enseñanza del yoga es otro punto importante y merece atención porque se ha ido transformando a través del tiempo, al igual que el instrumental.
Estudiar por qué el aula que conocemos hoy tiene ciertas características nos ayuda a identificar qué decisiones se tomaron en el pasado y qué procesos ocurrieron para que hayamos llegado a esta configuración, por lo tanto, cada espacio de enseñanza, así como los accesorios, son posibles de identificar como “una construcción histórica, producto de un desarrollo que incluyó otras alternativas y posibilidades” (Dussel et al., 1999: 18).
El salón de yoga, visto desde esta perspectiva, permite comprender y aceptar que tiene muchos elementos, y que no sólo el espacio está conformado por los maestros y los practicantes, sino también por el mobiliario, los aparatos didácticos y la arquitectura.
En los libros antiguos que hablan del hatha yoga o del yoga postural encontramos que se hace mención de la importancia de contar con un espacio específico para la práctica. El Hatha Yoga Pradīpikā3 dice que:
El Gheranda Samhita5 menciona los lugares que sí son propicios para practicar yoga y los que no lo son. Los lugares en los que sí debe practicarse son.
El Bhagavad Gītā6 sólo menciona que debe de practicarse yoga en un lugar apartado y sagrado (VI: 11-12).
Hoy en día, en la Ciudad de México, las aulas o espacios para la práctica del yoga son salones que forman parte de una casa de cultura, un gimnasio o exclusivos para la disciplina. En general, son salones de usos múltiples donde se practican otras técnicas corporales como pilates, zumba, aerobics, box, danza; idealmente están bien ventilados e iluminados, no tienen mobiliario porque lo más importante es que los estudiantes cuenten con espacio para realizar la actividad elegida; algunos más acondicionados que otros cuentan con piso de madera, espejos, barras, y algunos centros especializados de yoga tienen un lugar para colocar los tapetes de yoga y props. Hay personas y grupos que practican al aire libre, situación que se incrementó a partir de la pandemia del coronavirus, lo mismo que las clases vía remota. Actualmente es posible contar con una gran oferta de talleres, clases, cursos, diplomados y certificaciones presenciales, y con maestros extranjeros de cualquier parte del mundo gracias a la internet.
Son los accesorios que se utilizan para facilitarle al estudiante su práctica, esta particularidad la inició B.K.S. Iyengar, quien los creó para ayudar a las personas a llegar a las posturas desde el primer día. Guruji, como se le conoce a B.K.S. Iyengar, empezó a usar los props con la gente común y corriente que tenían problemas físicos y dolencias, los diseñó
Guruji también trabajó con deportistas, población que se diferenciaba porque tomaban la clase después de hacer el ejercicio al que estaban acostumbrados, y seguramente llegaban cansados buscando relajarse y flexibilizar los músculos. Gracias a su gran experiencia, Iyengar no les daba las secuencias tradicionales “si no que buscaba ayudarlos y ahí viene el uso de props, los primeros fueron objetos que tenía en su casa, por ejemplo, los ladrillos para la construcción, y después creó una gran variedad” (entrevista personal con Chantal Gómez Jauffred, 22 de julio de 2023).
En el uso de props Geeta Iyengar, hija de B.K.S. Iyengar, merece especial mención. Una de sus mayores contribuciones fue demostrar que el yoga también es para las mujeres, porque durante la vida se atraviesan varias etapas: la infancia, la adolescencia, la edad mediana, la vejez y la maternidad, en la que se experimentan cambios fisiológicos y hormonales que vienen a alterar tanto la parte física, la emocional y la psicológica. Geeta al respecto señala “la mujer ha de pagar un alto precio físico y psicológico en su papel de madre, esposa, hermana y amiga. La estabilización de los estados físico y mental se logra mediante las āsanas y prāṇāyamā. Su salvación reside en practicarlos” (Iyengar, 2007: 49). Consciente de esta problemática estudió profundamente cómo ayudarlas cuando atraviesan por “los tres jalones en la vida de la mujer: menstruación, embarazo y parto, y menopausia” (Iyengar, 2007: 59) incluyendo los trastornos menstruales y la lactancia; para cada una de estas fases diseñó secuencias específicas, explicando qué posturas debían de practicarse y cuáles no en cada uno de esos momentos. Gracias a su dedicación y sensibilidad surgió el
Ahora veamos el origen de algunos de los props y su uso actual. Según el Bhagavad Gītā, para practicar yoga, uno debe poner hierba kuśa en el suelo y luego cubrirla con una piel de venado y una tela suave, y recomienda que: “el asiento no debe ser ni demasiado alto ni demasiado bajo, y debe encontrarse en un lugar sagrado, entonces el yogī debe sentarse en él muy firmemente y practicar para purificar el corazón mediante el control de la mente, de los sentidos y de las actividades, y fijando la mente en un punto” (VI: 11-12).
En el Hatha Yoga Pradīpikā se infiere que el yoga se practicaba al ras del piso, porque en varias posturas se da la instrucción de que se apoye con firmeza la tierra. Por ejemplo, en kukutāsana (postura del gallo) se señala “poner las manos entre los muslos y las rodillas, apoyándolas con firmeza en la tierra” (Svātmārāma, 1972, I: 23, 28, 30), esto mismo se menciona para paścimotānāsana (postura del oeste) y mayurāsana (postura del pavo real).
En el Gheranda Samhita, cuando se describen las posturas, también se mencionan las distintas partes del cuerpo que deben de apoyarse sobre el piso, por ejemplo, para ejecutar makarāsa (postura del cocodrilo) dice: “colocarse boca abajo sobre el piso, el pecho debe de tocar el suelo” (Gheranda, II Lección: 40). Esta misma indicación se señala para varias posturas más.
La tierra y la hierba kuśa, cubiertas con una piel de venado y una tela suave, son los antecedentes de las alfombras o toallas utilizadas durante la primera mitad del siglo XX, así como del tapete de yoga que comenzó a emplearse a partir de la década de los ochenta, gracias a Angela Farmer, quien fue alumna de B.K.S. Iyengar por diez años aproximadamente. En una ocasión ella viajó a Alemania y ahí encontró una alfombra de espuma, la recortó y le pareció idónea para su práctica; en ese momento sin saberlo creó el primer tapete de yoga, que más tarde sería utilizado en todo el mundo. Regresó a Londres y todos sus alumnos se interesaron en adquirir uno igual, se asoció con su padre Richard Farmer y creó la primera compañía de tapetes de yoga.
Con respecto a las correas o cinturones, la invención y uso se le atribuyen a B.K.S. Iyengar, aunque actualmente los investigadores han descubierto que un accesorio similar llamado yogapaṭṭa existe desde hace aproximadamente dos mil años, el cual era una especie de correa con la que los ascetas amarraban sus piernas a fin de mantener la postura de meditación durante más tiempo. Hay esculturas y relieves antiguos que son evidencia del uso de estas correas, una de ellas se encuentra en el edificio budista que se conoce como Gran Estupa de Sanchi, construido entre los siglos 1 a.C. y 1 d.C.; en él es posible observar a un asceta sentado usando yogapaṭṭa para mantener la postura de meditación. Otro caso es el relieve que se esculpió alrededor del siglo VII d.C. en Mamallapuram, estado al sur de la India, en el que aparece el rey Bhagīratha sentado con las piernas cruzadas y amarradas; otros relieves están en la localidad de Ellorā, en el estado de Maharashtra, tallados en el siglo VII, se puede observar que un grupo de shivaítas están meditando alrededor del dios Shiva usando un yogapaṭṭa o correa (Powell, 2018).
Este accesorio fue definido por Monier-Williams (2005, citado por Powell, 2018) como “la tela que se arroja sobre la espalda y las rodillas de un devoto durante la meditación”; Dineschandra Sircar (1966, citado por Powell, 2018) lo identifica como “una banda usada por los ascetas para mantener sus extremidades en una posición de rigidez” y Seth Powell lo describe como “una prenda usada durante la contemplación” (2018). Esta correa o yogapaṭṭa se menciona en varios libros antiguos, uno de ellos es el Tattvavaiśāradī de Vācaspatimiśra, escrito en el siglo X d.C. cuando se describe la postura yogapaṭṭakayogāt sopāśrayam subrayando que requiere un soporte o correa, es decir, un sopāśrayam (Powell, 2018).
Aunque es evidente el uso de yogapaṭṭa desde tiempo antiguos, el cinturón actual es una invención de B.K.S. Iyengar, ya que lo incorporó en su práctica “con la finalidad de darle sentido de dirección a sus músculos”. Iyengar narra cómo ideó el uso del cinturón:
Actualmente la correa o cinturón tiene muchos usos, puede servir para que el practicante pueda realizar la postura desde un principio, para alcanzar sus miembros, mantener las posturas durante más tiempo y/o alargar el cuerpo.
En una ocasión, cuando estaban edificando su casa, Iyengar tomó un ladrillo de la construcción y lo utilizó para hacer la práctica. Desde ese momento lo incorporó como un aditamento más, porque sintió que ayudaba a los estudiantes a mantener el equilibrio, llegar a la postura, mejorar la alineación del cuerpo, sentir más estabilidad y profundizar en las posturas. Hoy en día hay ladrillos de madera, de espuma, de corcho, de diferentes dimensiones y para diversos propósitos: “está el regular, la mitad del ladrillo, el cuarto de ladrillo, la mitad redondeada, uno para la curvatura del cuello y otro de madera para las dorsales, etcétera” (entrevista personal con Raya Uma Datta, 6 de septiembre de 2023).
El uso de las cuerdas o Yoga Kuruṇṭa lo desarrolló aproximadamente en la década de los cincuenta del siglo XX, y consiste en usar cuerdas para apoyar el cuerpo, profundizar el estiramiento, mejorar la alineación y la flexibilidad, liberar tensiones y bloqueos, y promover la relajación y el bienestar. Kuraṇṭi, en sánscrito, significa marioneta, muñeco de madera, por lo tanto, “en yoga kuruṇṭa uno aprende a manipularse en las diversas posturas de yoga por medio de una cuerda suspendida como si uno fuera una marioneta. En este caso marioneta y titiritero son el mismo, realizando su propio espectáculo” (Iyengar, 2007: 276).
La historia acerca del Yoga Kuruṇṭa inició con Krisnamacharya quien “solía tener cuerdas” en su yogaśala. Iyengar también las incorporó cuando empezó a dar clases, al respecto Raya Uma Datta dice
Acerca del uso de las cuerdas Carlos nos platica
Según Geeta “gracias al movimiento de la cuerda, la columna se vuelve ágil e incluso las āsanas difíciles se pueden realizar fácilmente y sin riesgo. No se hacen movimientos bruscos y con la práctica regular se desarrolla el sentido de orientación. Las personas mayores pueden practicar el yoga kuruṇṭa sin hacerse daño” (Iyengar, 2007: 276).
Los materiales que B.K.S. Iyengar utilizó para construir los apoyos son variados dependiendo del propósito, hay de metal, tela, madera, etcétera.
Probablemente el número de apoyos o props que creó asciende a 70 u 80, y entre ellos encontramos: mantas o cobijas, bolsters o cojines grandes, cinturones o correas, ladrillos, sillas, sacos de arena, aparatos de madera como el caballete de yoga, el arco de madera o ballena, el banco de halasana (para la postura del arado), el banco de sethu banda sarvangasana (para la postura del puente), los palos de madera, cuñas de diferentes dimensiones y usos, los chumbeles, las cuerdas, el tapete de yoga, la pared, entre otros. Todos tienen diversos propósitos, por ejemplo: las mantas o cobijas para amortiguar el peso del cuerpo y mantenerlo caliente cuando se realiza prānāyāma o savasana (postura del cadáver), los bolsters o cojines gruesos para trabajar lo que ahora se conoce como yoga restaurativa cuyo objetivo es que el practicante pueda relajarse, permanecer más tiempo en las posturas, aliviar el dolor y reducir la tensión en las flexiones; los sacos de arena para colocar peso extra en diferentes zonas del cuerpo y los más sofisticados para permanecer más tiempo en la postura y profundizar.
Algunos no son tan conocidos “pero cuando ves cómo los usan los maestros de yoga en la India uno va entendiendo para qué sirven” (entrevista personal con Carlos Pérez, 18 de julio de 2023).
El uso de los apoyos o accesorios para el yoga ahora es internacional, y hay personas que se han apropiado de algunos de ellos y los han patentado: “hay un prop que se llama back mitra. Es una cosa como de foami, larga”, según la inventó Brigitte Longueville, pero lo “tomó de Guruji porque él creó enrollar un tapete o usar la orilla de un tapete para ponerlo en la espalda” (entrevista personal con Carlos Pérez, 18 de julio de 2023).
En la 15ª Convención Mexicana de Yoga Iyengar, que se llevó a cabo en la Ciudad de México del 3 al 6 de octubre de 2024 le preguntaron a Jawahar Bangera, maestro titular de la convención, por qué Guruji no patentó los props y él respondió: “Lo mismo le preguntamos a él y nos dijo: Yo los elaboré para ayudar a las personas, ahí se quedan para que todo el mundo los use” (Bangera, 3 al 6 de octubre de 2024).
La popularidad de los accesorios creados por B.K.S. Iyengar ha sido tal, que hoy en día otros métodos y estilos de yoga, incluso otras técnicas corporales los utilizan sin darle el crédito correspondiente, al respecto Raya Uma Datta comenta:
Su creatividad lo llevo a utilizar la pared como otro apoyo, señalando que sus dos grandes maestros habían sido “su gurú Śri T. Krishnamacharya y la pared”, Iyengar logró penetrar en el conocimiento de su cuerpo y de su alma y escribió: “Para mí, el apoyo no sólo es para el āsana (postura). Debe contribuir a la posición del cuerpo que, a su vez, permite que la mente se calme y se experimente el estado de chitta vritti nirodha es decir el “cese del movimiento de la conciencia”. El cuerpo es mi primer apoyo. El cuerpo es un apoyo para el alma” (Iyengar, citado por Powell, 2018).
A la fecha el método Iyengar se conoce por el uso de los props o accesorios, aunque si se profundiza y se conoce a fondo uno se da cuenta que no se reduce a ello, al contrario, el método es muy versátil y lo puede practicar cualquier persona, a cualquier edad, sana o con problemas de salud, así como practicantes sin experiencia, con experiencia y maestros, porque el método propone vencer retos.
El término yoga se remonta a épocas prevédicas pero tuvieron que pasar muchos años para que la filosofía del Yoga quedara consignada en el libro Yoga-sūtra de Patañjali (siglo II d.C.), después de este libro transcurrieron varios siglos para que las primeras escuelas de hatha-yoga (yoga postural) se consolidaran en el siglo XIV; en ese lapso se supo de la existencia de grupos ascéticos de distintas procedencias religiosas que practicaban técnicas relacionadas con el yoga. El maestro y practicante más importante de hatha-yoga, a quien se le atribuye la consolidación de la primera escuela, fue Gorakhnāth seguido de su discípulo Matsyendra (Muñoz, 2016a: 27).
Adrián Muñoz nos dice que una de las características fundamentales de la escuela de Gorakhnāth es que se fundó en un aparato religioso y simbólico complejo, que incluyó no sólo la práctica de āsanas (técnicas meditativas) y prānāyāma (técnicas del control de la respiración) sino que también implicó la “adherencia a un culto con sitios sagrados, leyendas y vicisitudes históricas” (2016a: 84).
En India, desde aquel entonces para ser un yogui fue necesario que el practicante estuviera dispuesto a renunciar a la vida social y a asumir un camino de austeridad y ascetismo en el que desistiera de poseer cualquier bien, incluyendo un hogar; entre las tareas más importantes que los yoguis tenían que cumplir era adaptarse a los cambios climáticos, renunciar a los deseos físicos, mentales y a todos los lujos para finalmente alcanzar la liberación espiritual; asimismo el asceta debía de confiar, tener fe en su guru (maestro) quien era el encargado de guiarlo en ese camino, el cual supone un “largo y gradual proceso de iniciación, amparado en el simbolismo y el linaje de una secta religiosa” (Muñoz, 2016a: 30).
Con base en lo anterior vemos que la concepción de yoga y yoguin de la época contemporánea en occidente dista mucho de la concepción clásica. En México, hoy en día, el yoga se entiende como un ejercicio corporal que puede practicarse una o varias veces a la semana, en sesiones grupales que duran aproximadamente una hora u hora y veinte minutos, tiene como objetivo que el estudiante trabaje su cuerpo y al término de la sesión sienta cierta calma o paz interior. Lo que significa que a través de los años el yoga se ha ido adaptando y transformado, de ser una disciplina cuya función principal era “soteriológica, es decir, una disciplina mediante la cual el ser humano busca conquistar la libertad absoluta” (Eliade, 1991: 17) que se practicaba con la guía de un gurú y en soledad, en una práctica corporal ecléctica que toma de otras técnicas, contextos y disciplinas elementos técnicos y religiosos, tras la búsqueda de bienestar, salud y paz, convirtiéndose, en algunos casos más que en otros, en una práctica corporal que pierde o disuelve parcialmente su sentido original. En la actualidad es posible encontrar, sobre todo en los gimnasios, un abanico de actividades físicas, entre ellas el yoga, que se ofrecen en un combo, del cual se pueden seleccionar disciplinas que persiguen “modelar el cuerpo”. Esto no significa que todo sea así, afortunadamente hay centros de yoga y maestros que creen honestamente en los beneficios del yoga y lo asumen como una práctica física y espiritual que no sólo cumple funciones consumistas y utilitarias.
El instructor de yoga, en algunos métodos, como es el caso del método Iyengar, le exige al practicante una formación seria y consciente, adquirida después de varios años de estudio y que tendrá que demostrarla frente a expertos quienes evaluarán su desempeño como practicante y como docente; no obstante, dicha exigencia jamás podrá compararse con las tareas, la responsabilidad y los conocimientos que se le demandan a un gurú.
A partir de la década de los noventa el yoga se popularizó, el número de centros donde se imparte creció exponencialmente, sobre todo en lo que va del siglo XXI, por lo que puede considerarse que el yoga se encuentra en auge; los centros especializados siguen, por lo general, las enseñanzas de algún maestro, linaje o gurú. Dicho reconocimiento está relacionado con el prestigio del gurú que depende “no solo de la efectividad de sus instrucciones, sino también de su posición dentro de la comunidad, su adaptabilidad y del compartir ciertas nociones éticas” (Wildcroft, Ca, citado por Muñoz, 2023: 255). En México algunas de esas formas o escuelas que se conocen son: aṣtāṅgayoga, Iyengar, kuṇdalīniyoga, layayoga, mantrayoga, dhyānayoga, hathayoga, vinyasa, bikram; también sucede que algunos instructores que se formaron en algún método específico se independizan y logran formar su escuela, imprimiéndole su sello personal. Muñoz menciona que a este fenómeno Jain lo llama “yoga neoliberal” porque ven en esta actitud “una decidida dialéctica liberal, tanto política como económicamente” (2023: 257) que les ha permitido alcanzar éxito empresarial.
Algunos de los factores que han influido para que el yoga haya llegado hasta este momento y tenga aceptación son: que se trata de una actividad que puede realizarse de manera “parcial y temporal [cuyas] creencias y prácticas [pueden asumirse] como parte de un ‘Oriente místico’ culturalmente indiferenciado, pero también como una mina de recursos que se pueden adoptar, rechazar u occidentalizar en función de las necesidades del individuo” (Altglas, 2014, citado por Muñoz, 2023: 242-266); es una disciplina holística que cultiva la parte física, mental, emocional y espiritual de los seres humanos; se piensa que las personas que lo practican preservan la juventud por más tiempo; promueve el entrenamiento grupal; demanda del estudiante un esfuerzo físico que le permite ir progresando y lograr posturas que jamás imaginó realizar; para algunos instructores es una opción de trabajo y de vida y para algunos gimnasios, centros y/o estudios el yoga es un artículo cultural y económico que se puede vender y resultar redituable.
Para cerrar este artículo debo decir que quedan muchos puntos por indagar y preguntas por resolver, entre ellas: ¿Por qué los bailarines, coreógrafos o docentes de danza han adoptado esta disciplina? ¿qué elementos de la práctica del yoga utilizan en su trabajo, cómo y por qué? y ¿cuáles son los vínculos que existen o no, entre la danza y el yoga?.
*Roxana-Guadalupe Ramos-Villalobos
Mexicana. Doctora en Pedagogía, Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), México. Investigadora titular C tiempo completo, Centro Nacional de Investigación, Documentación e Información de la Danza José Limón, Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura, México. Temas de investigación: historia de la educación dancística, educación artística. ORCID: https://orcid.org/0000-0002-2797-7263. nazult@hotmail.com Regresar
1. Swami Vivekananda (1863-1902). Filósofo y líder espiritual indio que difundió la filosofía vedanta en Occidente, fundó en 1897 la Misión Ramakrishna y visitó Chicago en 1893. Regresar
2. Swami Sivananda (1887-1995). Gurú y filósofo indio que en 1936 fundó la Sociedad Divina de Yoga y Vedanta (Divine Life Society); contribuyó a que la práctica del yoga se popularizara en Occidente. Regresar
3. Libro que fue escrito en el siglo XV d.c. por Cintāmani o mejor conocido como Svātmārāma. Regresar
4. El estiércol de vaca se ha usado tradicionalmente en los hogares indios, sobre todo en las áreas rurales, para pintar las paredes y los pisos de las casas porque es un aislante térmico natural que, aplicado en paredes y suelos, los mantiene calientes en invierno y frescos en verano. Regresar
5. Libro escrito por Gheranda en el siglo XVII d.C. Regresar
6. Poema épico de los hindúes que forma parte del Mahabarata, considerado el más antiguo y largo del mundo (Gandhi, 2018: 20). Regresar
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